21 de octubre de 2008

Imagino que... (respuesta a Sfer)

Hace unos días, en la entrada "El canon de Laila", tuve la osadía de solicitar la colaboración de los lectores para que dijeran qué libros harían leer a un personaje como el imaginado por J. M. G. Le Clézio en El pez dorado si fuesen ellos los autores de una novela. Afirmaba allí que los libros que leía Laila en la citada novela constituían una suerte de canon elaborado por el autor de acuerdo con sus experiencias y sus expectativas. Un lector amigo se atrevió a incrementar ese posible canon con la recomendación de un libro que desconocía, pero que ya tengo entre manos. Otra lectora amiga, Sfer, en una hábil pirueta dialéctica, me devolvía la pregunta y me incitaba/invitaba a responder yo mismo la cuestión que planteaba a los demás. Dudé si darme por enterado del desafío, pero finalmente comencé a pensar qué haría yo si se diera el caso. Pero para evitar una larga disquisición en el apartado de comentarios decidí trasladar hasta aquí la respuesta. Doy cuenta, pues, de lo que supongo que ocurriría si llegara a encontrarme en la misma situación que Le Clézio.

Imagino que comenzaría anotando en mi cuaderno de apuntes los nombres de aquellos escritores que me gustaría que mi personaje (pongamos una joven llamada Laila, solitaria, dubitativa y ansiosa de cambiar) pudiera leer. Los anotaría con la satisfacción de ver juntos a algunos de los autores que me han regalado momentos de gozo, alguna revelación, algún pensamiento nuevo, alguna emoción duradera. Los juntaría para comprobar la larga lista de amistades que uno ha ido gestando a lo largo de los años, pero sin olvidar que luego habría que seleccionar, reducir de modo drástico, decir adiós injustamente. La mera enumeración ya sería, sin embargo, un motivo inmenso de felicidad. Al fin y al cabo, cualquier lista de ese tipo no es otra cosa que el reflejo de nuestro pasado y la proyección de nuestros deseos. Y supongo también que en el fondo expresaría lo que uno espera de la literatura, de la lectura.

Comenzaría con presteza por los novelistas. ¿Todos? No, claro. Sería una hazaña imposible. Ahí se presentaría el primer escollo. ¿A quiénes incluir, a quiénes excluir? Primera duda seria y primera decisión dolorosa. Lo más probable es que decidiera entonces mencionar sólo a autores más o menos contemporáneos: J. M. Coetzee, Alice Munro, Juan Carlos Onetti, Leonardo Sciascia, Juan Marsé, Julio Cortázar, Carson McCullers, Italo Calvino, Cormac McCarthy, Manuel Vázquez Montalbán, Gabriel García Márquez, Iris Murdoch, Miguel Delibes, Jorge Luis Borges, Philip Roth, Isak Dinesen, Juan Rulfo, Antonio Pereira, Natalia Ginzburg, Eduardo Zúñiga, Primo Levi...

Imagino que a esas alturas comenzaría a sentir una especie de vértigo y malestar. Estaría en los prolegómenos y ya percibiría los remordimientos de la traición y la imposibilidad de la empresa. "Zoquete" -me diría-. "No has hecho más que empezar y ya estás angustiado. ¿Para qué te has metido en semejante fregado? Busca una excusa y abandona". ¿Pero cómo iba a ser capaz de abandonar? Me consolaría pensando que más tarde llegaría la selección y que no importaba tanto la enumeración inicial como el recorte final. Me prometería a mí mismo ser inflexible y dejar reducida la lista a cuatro o cinco nombres. Proseguiría entonces anotando, aunque ya con menos brío...

... Eduardo Mendoza, Yasunari Kawabata, Augusto Monterroso, Clarice Lispector, Enrique Vila-Matas, Graham Greene, Mario Vargas Llosa, Virginia Woolf, Patrick Modiano, Julio Llamazares, Juan García Hortelano, Naguib Mahfuz, Carmen Martín Gaite, Adolfo Bioy Casares, Rafael Sánchez Ferlosio, Joyce Carol Oates, Luis Landero, Margaret Atwood, Rafael Chirbes,
Imre Kertész...

Imagino que un escalofrío me paralizaría de pronto. Tendría la amarga sensación de estar sufriendo el castigo de Tántalo y que cuanto más me acercara al fruto más inaccesible aparecería. Pensaría que si publicaba algo semejante quedaría expuesto a la burla de un modo irremediable, pues estaría ofreciendo antes que nada un catálogo de insuficiencias. Lo mejor sería parar. Trataría entonces de convencerme de que lo que estaba haciendo era ridículo. "Se trata de enumerar algunos autores que sean representativos, indudables. Nada más",
me diría sin convicción. Corría el riesgo, en efecto, de acabar haciendo un inventario de biblioteca, una exhibicionista demostración de lecturas. "Basta", pensaría entonces. "Con lo que he escrito es suficiente".

¿Y ya está? Me remordería entonces la conciencia. ¿Cómo no nombrar a Albert Camus, Bertold Brecht, William Faulkner, Amos Oz, Cristina Rivera Garza, Kenzaburo Oé, Javier Marías, Lawrence Durrell, Cynthia Ozick, W. G. Sebald...?

Imagino que daría fin a la, en principio, alegre tarea con una sensación de fracaso y malhumor. Me parecería que lo que acababa de hacer era una suerte de manual de carencias. ¡Faltarían aún tantos escritores! Pero me convencería de inmediato: "Ya me justificaré luego si alguien me afea un olvido fundamental o algún amigo escritor, con más o menos sorna, me reprocha que no lo incluyera en ese precipitado y ficticio canon".

¿Y poetas? ¿No incluiría a ninguno? Nuevo dilema. Habría que mencionar a algunos, por supuesto. Así que vuelta a empezar...

... Alejandra Pizarnik, José Hierro, Anna Ajmátova, Antonio Gamoneda, Mario Benedetti, Marina Tsvetáieva, Ángel González, Wislawa Szymborska, Federico García Lorca, Rainer Mª Rilke, Antonio Machado, Ingeborg Bachmann, Jaime Gil de Biedma, Silvia Plath, Octavio Paz, Vicente Aleixandre, Fernando Pessoa, Pablo Neruda...

¿Y libros de ciencia? ¿Por qué habría que limitar las lecturas de Laila a narraciones o poemas? Sería interesante mencionar algún texto científico de carácter divulgativo. Por ejemplo, Cosmos de Carl Sagan, o La historia más bella del mundo de Hubert Reeves y sus colegas, o incluso algunas biografías y autobiografías de mujeres científicas: Memorias de juventud de Sofía Kowalewskaia, Elogio de la imperfección de Rita Levi Montalcini, La vida heroica de María Curie de Eva Curie. Sí, sería sumamente oportuno.

¿Y cómo no le haría leer algunos libros de historia? Sí, claro. Sería conveniente añadir entonces algún libro de Mary Vollstonecraft o Betty Friedan, algún texto sobre los derechos humanos, algún informe sobre las dictaduras latinoamericanas...

¿Y filósofos? ¿No habría que incluir algunos ensayos de pensamiento y filosofía: Elías Canetti, Fernando Savater, Bertrand Russell, Noam Chomsky, Hanna Arendt...? Sin duda alguna. Sería imperdonable el olvido.

Y desde luego sería importante incluir alguna mirada crítica sobre el mundo de nuestros días por parte de periodistas y viajeros como Ryszard Kapuscinski, Bruce Chatwin o Michael Ignatieff. También, claro.

¿Y álbumes ilustrados de literatura infantil? Sin duda.

¿Y tebeos? Naturalmente. [Consultar títulos con Silvia Fernández]

¿Y...?

Imagino que, llegado a este punto, haría una pausa y anotaría con letras mayúsculas en el cuaderno:

IMPROBABLE EPISODIO. DEMASIADO COMPLICADO. MEJOR LIMITARSE A ESCRIBIR ALGO ASÍ COMO...


Durante aquellos días de soledad e incertidumbre, Laila descubrió una pequeña biblioteca en el barrio donde habitaba. Allí se refugió y allí tuvo la oportunidad de leer de modo intenso y caótico numerosos libros de literatura, filosofía, historia, ciencia... que la ayudaron a tomar conciencia de sí misma y de su desamparada situación en el mundo. Siempre recordaría aquellos días de enclaustramiento con una sensación de dulzura y transformación, de abandono sigiloso de una casa largo tiempo habitada, con cuidado de no hacer ruido con la puerta, con la vista puesta en la luz titubeante del amanecer.


Sí, imagino que escribiría eso, con alivio, con culpa.

6 comentarios:

sfer dijo...

Muy hábil, señor Mata...
Y no sé si será porque me toca muy de cerca, pero me parece que hacía tiempo que no leía un post con tanta avidez.

Y cuando le apetezca poner un cómic en su vida, sepa que Silvia Fernández estará ahí para recomendar :-)

Juan Mata dijo...

Sfer, justo a la hora en que enviabas tu comentario estaba hablando a mis alumnos de Educación Social acerca de la Retórica y su importancia a la hora de desarrollar plenas capacidades comunicativas. ¡Qué significativos pueden ser los azares! Naturalmente, me gusta la dialéctica y el diálogo vivo y el juego verbal y los recursos retóricos.

Los cómics (yo sigo llamándolos tebeos, como una reminiscencia infantil) recomendados, de los que sólo conocía dos, estarán muy pronto en mis manos. Gracias por el consejo.

Anónimo dijo...

Intentar hacer una lista con los autores que uno leería... ¿a quién se le ocurriría?... jajaja... Es como intentar hacer una detallada descripción del mundo... o un detallado estudio de la naturaleza humana... o condensar todas las ideología y pensamientos bajo unas etiquetas... Pero la intención era buena. (Por cierto que me quedo con cada uno de esos autores que mencionas... Y también con Quevedo y Cervantes y Baroja y Valle y Unamuno y Lorca...Ahhhhhhhhhhhhh!!!!!

Juan Mata dijo...

Sí, anónimo lector, la empresa se me antoja imposible. Es como querer cartografiar la propia vida. Aunque envido a autores como George Perec, que supieron afrontar literariamente, es decir, con asombro, la descripción de las cosas más elementales, más evidentes. Pero yo no soy Perec. Así es que lo más prudente es renunciar.

Me gratifica pensar que, pese a las insuficiencias, algunos nombres puedan despertar tu curiosidad.

Anónimo dijo...

Incluir a todos es tarea imposible,pero añadiria a Muñoz Molina creo que escribe muy bien.

Juan Mata dijo...

Naturalmente, anónimo lector, que Antonio Muñoz Molina escribe muy bien. No dudaría en incluir en ese ficticio e imposible canon novelas como 'El jinete polaco' o 'Plenilunio'. Y sobre todo, y dado que estamos pensando en esa Laila desamparada y en plena metamorfosis intelectual y vital, los artículos y textos en los que evoca con una sensibilidad única el mundo de su infancia, el extinguido territorio geográfico y cultural al que perteneció y al que periódicamente regresa a través de la ficción. Quiero pensar que descubrir la mirada admirativa y amorosa de Muñoz Molina sobre las calles y los personajes de su niñez podría alentar la transformación de la imaginada Laila.