25 de diciembre de 2008

Lugares para leer V

Hay en el libro Las palabras de la vida, una deslumbrante evocación del novelista Luis Mateo Díez de su infancia y el inicio de su amor por la literatura, un capítulo que me gusta especialmente. Se titula Clima del corazón y en él rememora los momentos compartidos con su hermano Antón en el desván del Ayuntamiento del Valle de Lanciana, en León, donde descubrieron, entre muy heterogéneos objetos, unos cajones que contenían los libros requisados por las autoridades franquistas tras la Guerra Civil española, libros considerados peligrosos y dañinos para la juventud. De entre aquellos libros prohibidos, y que los hermanos hojeaban clandestinamente y con incontenido temblor, hubo uno que los marcó de un modo imborrable. Era Cuore, escrito por Edmondo De Amicis, que había sido una lectura habitual en las escuelas republicanas. De ese capítulo que tan delicadamente narra el descubrimiento de la lectura y las emociones ligadas a ella extraigo algunos párrafos:

"Yo observé que Antón subía al desván en cualquier momento, más allá de las horas habituales de nuestros juegos, y que no soltaba el dichoso libro.

Mi lectura era más lenta, aunque debo reconocer que más contundente en los resultados emocionales que provocaban mis lágrimas, pero eso no era de extrañar porque yo era dueño de las lágrimas más fáciles de mi pueblo: un niño llorón que había alcanzado con el llanto el prestigio de quien es capaz de batir todos los récords y lograr la coartada de sus caprichos.

Lo que pasa es que también Antón lloraba leyendo, como en seguida descubrí, aunque de modo más retardado y congruente, y en el llanto común de alguno de los cuentos mensuales del libro, tal vez con 'El tamborcillo sardo', con 'El pequeño escribiente florentino' o con 'Sangre Romañola', comenzamos a ser conscientes de la extraña intensidad de aquellas lágrimas compartidas, que algún pedagogo avispado podría achacar a una pena moral, entendiendo que los pobres niños, escondidos en el desván, lloraban transidos por la emoción de aquellos otros infantiles sacrificios en bien de la patria, el honor y la familia.

Lágrimas que por vez primera no venían de la vida, de la reprimenda, del castigo, del disgusto, del daño, del capricho inatendido, de la desgracia, sino que saltaban al filo de las palabras y los renglones, con menos dolor que placer, con más fascinación que preocupación.

De eso debía tratarse, de una pena moral derivada sin remedio de una pena literaria, y de eso era revelador el llanto de Antón, un niño alegre donde los hubiese, porque el mío, dada mi facilidad y propensión, podía justificarlo cualquier cosa, o el mismo contagio de su aflicción, no en vano algunas tardes, cuando no había otra cosa que hacer, me iba a llorar con un amigo al monte y mano a mano llorábamos hasta hartarnos.

A lo mejor en Corazón encontré sin darme cuenta y, por supuesto, sin ser consciente de ello, una justificación literaria a mi llanto, lo que sería el colmo de la ambición para alguien tan aficionado.

El caso es que Antón y yo llorábamos leyendo como dos almas en pena, lágrimas tristes repletas de orfandad, lágrimas que podían caer en los pupitres de la escuela Baretti, diluirse en los tinteros de los compañeros de Enrico que nos acompañaban: el calabrés Garrone, Garoffi, Nobis, Stardi, Franti, Precossi y, por supuesto, el mejor de todos, el más trabajador, el que ganaba todos los premios y todo lo sabía: Derossi.

Niños más bien lánguidos y preocupados a cuyo alrededor sucedían muchas desgracias, accidentes, defunciones, miserias, propensos a que la temperatura de la vida siempre estuviese marcada por el clima del corazón, ya que el corazón era la medida de todas las cosas."

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esto que escribes me hace recordar el morbo que desde la infancia despierta lo prohibido. Pienso en mis alumnos y en lo pesados que podemos llegar a ser con eso de “lee niño” “has de leer más” y otras por el estilo. Por eso, cuando comiencen las clases les hablaré clandestinamente de un libro, incluso les prohibiré su lectura. Con suerte serán desobedientes. Bs Bichillorojoyvenenoso

Juan Mata dijo...

Sí, estimado bichillo, lo naturalmente misterioso y prohibido alienta la transgresión, ya se trate de libros o de habitaciones clausuradas. No sé si lo artificialmente prohibido produce igual resultado. Lo primordial es que los alumnos perciban la prohibición como algo auténtico. ¿Lo lograrás? En cualquier caso, tan atractiva como la clandestinidad puede ser, paradójicamente, la sinceridad, es decir, el hecho de mostrar ante los alumnos las huellas emocionales de una lectura personal. Estoy convencido de que trabajas bien con los tuyos.