20 de mayo de 2009

Crónica de una visita anunciada

Hace unos días les di cuenta de una carta que había recibido procedente del grupo 'Las palomas' de la Escuela Infantil Arlequín, en Granada. Los niños y niñas que lo componen tienen 5 años. En la citada carta me invitaban a ir a su clase a leerles algunos cuentos y a hablarles de China (próximamente les contaré el asombroso proyecto de investigación sobre el país asiático en el que están inmersos).

Previamente a la visita yo les envié una carta de respuesta.



Desde el principio de curso están entregados al estudio y uso de la correspondencia. Reciben y escriben cartas y tarjetas postales desde muy diversos lugares y luego las cuelgan en el espacio destinado a ello, como si formaran una escultura móvil de Alexander Calder.


Como yo quería que conocieran otros medios de hacer llegar una carta a su destinatario, les envié la mía por medio de un mensajero. Al chico que la llevó, larga melena recogida en una cola y casco negro reglamentario en mano, lo asaetearon a preguntas sobre su oficio. Aprendieron algo más sobre el correo.

A la hora prevista me presenté en la clase ante el nerviosismo general (incluido el mío). Había mucha expectación, porque imaginaban que podía ser una jornada especial. Una madre me confesó luego que su hija había estado muy inquieta la víspera pensando en el acontecimiento del día siguiente. Aún me sigue sorprendiendo la entrega emocional de la que son capaces los niños cuando intuyen que algo especial les aguarda.

Ese día había cargado de cuentos el maletín de los días excepcionales.

Los primeros minutos los destinamos a examinarnos mutuamente. Ellos con más minuciosidad que yo. Era lógico: querían saber si la espera había merecido la pena. Habría sido lamentable que el invitado los hubiera decepcionado (ése era mi temor). Pero pasé la prueba. Sin dejar de observar el maletín se dedicaron luego a comentarme la carta que les había enviado, que se sabían casi de memoria. La habían leído ellos solos (insistieron mucho en eso, aunque reconocieron alguna ayuda de su maestra Isabel). Y como era de esperar, mi declarada predilección por las patatas fue el primer gran asunto de conversación. Todos los presentes manifestaron cómo les gustaban a ellos (las fritas y mojadas en huevo o kétchup sobresalieron sobre las otras formas de comerlas).

Luego dedicamos un largo tiempo a hablar de China, les escribí algunos caracteres en la pizarra y ellos me mostraron todo lo que ya sabían sobre el país y su cultura. Pero, como he dicho, dedicaré una entrada independiente a ese asunto.


Y como no dejaban de preguntar qué cuentos había en el maletín, lo abrí para desvelar el secreto. Llevaba una decena, a la espera de poder elegir los más convenientes. Escogí finalmente dos: ¿Quieres ser mi amigo?, de Eric Carle y 3 brujas, de Grégoire Solotareff.


Los dos cuentos les gustaron, claro está, pero la densidad del silencio durante la lectura de la historia de los dos niños solitarios, confiados y risueños que, tras ser raptados, transforman a Escoli, Escori y Esqueli, las tres brujas, me hace pensar que les cautivó más la segunda narración. Sus comentarios me confirmaron la extraordinaria importancia de la literatura en sus vidas y la inmensa sensibilidad e inteligencia con que se enfrentan a ella. Les regalé ambos libros, con gran contento de todos.

Algunos se dieron cuenta de la similitud con otro cuento que ya conocían: Los tres bandidos, de Tomi Ungerer. También eran tres, como las brujas, y raptan asimismo a una niña huérfana, que finalmente los transforma. Esa sutil asociación demuestra cómo se construye la educación literaria. Algunos de los dibujos que en su día hicieron tras la lectura de la historia de los tres bandidos parecían ilustraciones de la que acababan de conocer.


Los más curiosos no tardaron en sacar el resto de cuentos del maletín y algunos de ellos se pusieron a hojearlos, a mirarlos, a leerlos. Más de dos horas después de comenzar nuestra amistad llegó el tiempo de salir al patio. Lo necesitaban. Pero antes me hicieron prometer que regresaría para seguir leyéndoles. ¿Cómo podía negarme? Una niña me hizo al final un comentario que me partió el corazón: Pero no tardes tanto en venir la próxima vez. ¡Ay!

Visité un aula donde aprender es una actividad apasionada, alegre, intensa, sensible, abierta al mundo. Me sentí feliz.

Cuento todo esto por gratitud, pero también como reconocimiento. Fui a esa clase porque me invitaron los alumnos, porque su maestra es amiga mía (antes fue mi alumna), porque me entusiasma conversar con los niños de los asuntos que les interesan. Pero publicar todo esto es asimismo un modo de proclamar el mérito de la pedagogía investigadora, cooperativa y respetuosa con los procesos individuales de aprendizaje que se sigue en ésa como en las restantes escuelas del Patronato Municipal de Educación Infantil de Granada, tan amenazadas, tan subestimadas por quienes deberían mimarlas y defenderlas con orgullo.

10 comentarios:

José Manuel Ruiz Martínez dijo...

Tu entrada me ha emocionado mucho. Es maravillosa la labor que estás haciendo. La carta que le has escrito a los niños es una delicia y muestra cómo la sencilla verdad puede ser muy bella. He compartido la entrada con mis amigos a través de Google Reader y ya ha suscitado algún entusiasmo.

Juan Mata dijo...

Gracias, José Manuel, por tus amistosas palabras. La verdad es que, sin incurrir en tópicos o vacuos ternurismos, deberíamos admitir que el diálogo con los niños posee una verdad y una emoción inusitadas. Obliga a los adultos a depurar el lenguaje, a hacerlo esencial. Como hacen los poetas. Tú bien lo sabes. Podríamos decir que los niños hacen poetas a los adultos que se dirigen respetuosamente a ellos.

¡Y qué bien que el entusiasmo se propague! Gracias por actuar de embajador.

Clareta dijo...

!Qué entrada más bonita!
No he podido dejar de sonreir mientras leía e imaginaba como había sido esa visita, esa conversación sobre patatas...
En la última animación a la lectura que hice en un colegio de mi pueblo, los niños me hicieron sentir especial y me emocioné cuando al terminar me pidieron que no oyera la sirena que marcaba la salida del cole.

Me ha encantado la idea de colgar la correspondencia para que sea accesible a todos los alumnos. Me alegra encontrar alulas en las que aprender es algo mágico.
Gracias por compartirlo con todos nosotros.

lammermoor dijo...

Me hubiera encantado asistir a esa clase.Aunque leyendo tu entrada tengo la sensación de haber participado un poco. ¡Gracias!

Juan Mata dijo...

Qué afectuoso reconocimiento a tu labor te hicieron los niños, Clareta: 'No oigas la sirena del cole'. Desear que se paren los relojes, que el tiempo no transcurra: ¿puede haber mejor modo de celebrar tu presencia?

Juan Mata dijo...

Me gusta, Lammermoor, hacer partícipes a otros de ciertas felicidades privadas. No es un gesto de engreimiento, sino de afecto. Gracias a tus palabras sé que cuando dentro de unos días regrese a esa clase o entre en otras me sentiré acompañado, pensaré que hay amigas sentadas a mi lado.

Clareta dijo...

Es cierto, Juan. Con aquella simple frase me cautivaron. Muchas veces, también he tenido el deseo de poder parar el tiempo y efectivamente, escogieron la mejor manera de celebrar mi presencia.

Juan Mata dijo...

Te reitero mi felicitación, Clareta, y mi deseo de que sigas recibiendo tan emocionantes regalos.

estrella polar dijo...

He leido antes la entrada última, pero esta tambien me ha llenado de emoción. ¡Que suerte tenemos los acompañamos a los niños en su crecimiento como personas que indagan, quieren saber y buscan cómo conseguirlo! ¡que suerte de que existan maestras/os que estén dispuestos a abrir estos caminos!¡qué rabia da que se amenacen todos estos intentos de avanzar hacia una educación verdaderamente constructura de seres humanos completos! Tendremos que seguir resistiendo ante el maldito neoliberalismo educativo acumulador de "nadas sin sentido". Madrid, hoy en dia, es la capital de la política educativa más miserable que imaginarse puede. La libertad, la autonomia en el saber y la profundidad siempre asusta a los dogmáticos. Incluso un aula de infantil puede ser peligrosa para un futuro de pingues negocios. Perdona mi discurso, gracias por la emoción de tu visita. Besos mil

Juan Mata dijo...

¿Qué puedo añadir, estrella? Me identifico plenamente con tus sentimientos de esperanza, coraje y rabia. Qué gozoso y fácil resulta conducir la enorme curiosidad de los niños hacia objetivos pedagógicos cada vez más ambiciosos y profundos, respetando siempre su autonomía, su inteligencia y sus intuiciones; pero cuántas suspicacias e incomodidades crea a su vez. Y no sólo en las burocracias educativas, tan ignorantes y dañinas, sino también en muchos profesionales de la enseñanza. Pero ser audaz exige también ser infatigable. Un abrazo lleno de aliento.