1 de noviembre de 2009

Ver, leer

Hace unos días vi en televisión la película La mancha humana, dirigida por Robert Benton a partir de un guión de Nicholas Meyer. No la vi cuando la estrenaron en España y sentí ahora curiosidad por saber si el resultado de una nueva adaptación al cine de una novela de Philip Roth alcanzaba a transmitir al espectador algo más que un enunciado de personajes y tramas. No esperaba mucho, la verdad, pero tenía una cierta disposición a la sorpresa. Sin embargo, se confirmaron mis peores presentimientos. No pretendo con esta entrada incurrir en la tan tediosa como infecunda discusión acerca de las posibilidades o diferencias de las adaptaciones de las grandes novelas al cine, pero no quisiera ocultar que tuve la sensación, mientras veía la película, de estar contemplando un arbolillo donde antes, leyendo la novela, había visto una secuoya majestuosa, robusta y frondosa. Cada secuencia de la película me confirmaba las frustradas tentativas de trasladar al lenguaje cinematográfico un mundo verbal tan poderoso y significativo como el de Philip Roth, una decepción a la que contribuían de modo concienzudo los actores protagonistas. Resultaba penoso e inverosímil ver a Anthony Hopkins interpretando a Coleman Silk, a Nicole Kidman tratando de representar a Faunia Farley o a Gary Sinise encarnando a Nathan Zuckerman. Incluso un actor al que tanto admiro, como es Ed Harris, no alcanzaba ni de lejos a transmitir la atormentada y rabiosa psicología de Les Farley.

Como no deseo incidir en la obviedad de declarar que toda adaptación al cine de las grandes novelas supone una irremediable e injusta mutilación, y que lo único que las justifica es considerarlas como anuncios o introducciones a la novela, voy a hacer lo que me pareció que me correspondía tras apagar la televisión: recomendar la lectura de La mancha humana.


Supone al mismo tiempo una excusa para mostrar nuevamente mi sostenida admiración por Philip Roth. Desde hace tiempo estoy entregado a la modesta, paciente y gozosa tarea de leer toda su obra, y con cada nuevo libro que concluyo siento que es uno de los objetivos más felices que me he impuesto como lector. De La mancha humana sólo diré que, como suele ocurrir con Philip Roth, el lector tiene la sensación de asistir a una minuciosa y demostrativa disección de la psique humana, como si en vez de a un novelista estuviéramos escuchando a la vez a Diego de Velázquez mientras pintaba, a Sigmund Freud mientras indagaba en el subconsciente de un paciente, a Pierre Bourdieu mientras analizaba el comportamiento de un grupo social y a Gustav Mahler mientras componía alguna de sus sinfonías, tan intensa y abarcadora es su escritura. Atender al desvelamiento de la biografía de Coleman Silk es enfrentarse a los miedos, los secretos, las mezquindades y las vulnerabilidades de los seres humanos sin dejar de observar al mismo tiempo el daño que las mentiras, los convencionalismos o el puritanismo de la sociedad pueden infligir a los individuos. Y todo ello mostrado a través de un lenguaje tan hondo, tan revelador, que la lectura nos da la sensación de haber adquirido en pocos días una experiencia de años. Entenderán por qué me pareció procedente advertir que la película es poco más que una sinopsis en la cubierta de un libro.

2 comentarios:

Sara Royo dijo...

Fíjate q me gustó la peli. Claro, q no he leído la novela...

discreto lector dijo...

Sara, es difícil no sentirse decepcionado ante la película cuando se ha sumergido uno en el torrente verbal que da cuenta del terrible secreto de Coleman Silk, de la extrema vulnerabilidad de Faunia Farley y del furor rencoroso de su marido Les desde su regreso de la guerra de Vietnam. Lo que se ve es apenas una pálida imagen de lo que las palabras de la novela crean. Si algún día lees la novela comprenderás lo que trato de decir.