29 de enero de 2009

Mares de tinta

Regreso de Gijón, adonde había sido convocado por Carlos Lomas a conversar sobre literatura y formación literaria con profesoras y profesores de educación secundaria, con los agasajos y los afectos de costumbre. Suelo aceptar esas invitaciones con un sentimiento contradictorio. Me hace feliz poder conocer a nuevos colegas y escuchar sus experiencias y me satisface pensar que algo pudiera yo aportar a sus prácticas docentes y a su sentimiento de la enseñanza. Pero a la vez me siento cauteloso, incluso escéptico, al comprobar las dificultades de transmitir ideas complejas, meditadas, en unas pocas horas y de modo acelerado. Nunca estoy seguro de acertar, de poder decir lo que tenía previsto y consideraba fundamental. Y eso me frustra.

Pero agradezco de veras las invitaciones y respondo siempre que puedo a las llamadas amistosas. Pasear, conversar, escuchar, compartir mesa, contemplar, descubrir... son experiencias que siento siempre como regalos inmerecidos (gracias Amparo y Carlos por vuestra compañía). Y también acudo porque me tienta la curiosidad de conocer qué ocurre en otras geografías docentes, cómo se concibe la enseñanza de la literatura aquí y allá, cuáles son las expectativas de otros profesores. Y es entonces cuando, a pesar de la brevedad y la precipitación, me siento recompensado. Sé algo más gracias a las personas que asisten y preguntan y cuentan. Al final, no puedo asegurar que les he aportado algo. No me cabe la menor duda, sin embargo, de que yo sí he sido beneficiado.

Y entre las muchas cosas con que uno regresa -afectos, paisajes, visiones, confirmaciones...- hay, lógicamente, libros. Los anfitriones me regalaron en esta ocasión una antología de poemas de Berta Piñán, Noches de incendio, en una edición bilingüe, en lengua asturiana y en castellano, traducción realizada por la propia autora. Leer poesía sentado en la mesa de un bar
, solo y forastero, mientras alrededor brotan murmullos y risas y la lluvia cae suavemente sobre la ciudad, es una manera imprevista de felicidad. Leí esa noche un poema que me mantuvo pensativo un buen rato. Fue el siguiente:


LLECTURA NA PLAYA O MARES DE TINTA

El mar altivu de Simbad, el mar d'Ulises,
el mar d'Al-Mutanabbi, calmu y mansulín
como fiera adondada, el mar d'Eneas,
el de Byron, l'azul imposible de Withman,
de Kavafis, el mar de tinta que cuerre nos
sos versos, nun me dexó contemplar el mar
esta mañana.


LECTURA EN LA PLAYA O MARES DE TINTA

El mar altivo de Simbad, el mar de Ulises,
el mar de Al-Mutanabbi, calmado y dócil
como fiera aquietada, el mar de Eneas,
el de Byron, el azul imposible de Withman,
de Kavafis, el mar de tinta que corre por
sus versos, no me ha dejado contemplar el mar
esta mañana.


Leído el poema poco después de finalizar un encuentro en el que había ponderado la importancia de la literatura como medio de conocimiento y reconocimiento del mundo, como vía de acceso a la realidad, una pregunta apareció atropelladamente: ¿puede la literatura impedirnos mirar con nuestros propios ojos? Los versos de Berta Piñán me hacían de pronto vulnerable. Parecían advertir contra el riesgo de que una vez contemplado el mundo literariamente fuese imposible ya una mirada pura y soberana. ¿Pureza? ¿Soberanía? ¿Es acaso la experiencia personal la sola fuente de fiabilidad? ¿Qué es lo auténtico y qué lo falso? En la calidez del bar, resguardado del frío exterior, me dio por pensar en mis convicciones y en mis razonamientos. ¿Me engaño a mí mismo? ¿Estoy engañando a los demás? La paradoja era que esa repentina reflexión había sido provocada por una poesía. La literatura se mostraba generosa y reveladora
a la vez que prevenía contra ella misma. ¿Convendría entonces desintoxicarse o habría que seguir leyendo para entender las cosas un poco mejor? Levantaba los ojos del libro y miraba a los clientes con curiosidad, pero en seguida, ay, sentía deseos de fijar mis sensaciones en un papel. Fuera rugía el mar como reclamando una mirada amistosa y personal.

25 de enero de 2009

Libros ricos, libros pobres

"[...] Me gustaría que imaginaran que están en algún lugar de África meridional, en el establecimiento de un indio, en una zona pobre, durante una fuerte sequía. Hay una cola de personas, la mayoría mujeres, con toda clase de recipientes para el agua. El establecimiento recibe todas las tardes desde la ciudad un camión cisterna lleno de preciosa agua, y ahí espera la gente.

El indio está con las palmas de la mano apoyadas sobre el mostrador y contempla a una mujer negra, quien se inclina sobre un pliego de hojas que parecen arrancadas de un libro. Está leyendo
Ana Karénina.

Lee despacio, articulando las palabras. Parece un libro difícil. Se trata de una joven con dos niños pequeños aferrados a sus piernas. Está embarazada. El indio se siente afligido, porque el pañuelo de la joven, que debería ser blanco, está amarillo a causa del polvo. Tiene lleno de polvo el pecho y los brazos. El hombre se siente afligido por las colas de personas que se forman, todas sedientas. No tiene agua suficiente para todos. Está furioso porque sabe que en el campo hay gente que se está muriendo, más allá de las nubes de polvo. Su hermano mayor ha estado a cargo del establecimiento, pero dijo que necesitaba un respiro, se había ido a la ciudad, bastante enfermo en realidad, a causa de la sequía.

El hombre siente curiosidad. Le pregunta a la joven:
-¿Qué estás leyendo?
-Es sobre Rusia- responde la muchacha.
-¿Sabes dónde está Rusia?
Él apenas lo sabe.
La joven lo mira a la cara, llena de dignidad, aunque sus ojos están enrojecidos por el polvo:
-Era la mejor de la clase. Mi maestra me dijo que era la mejor.

La joven reanuda su lectura. Quiere llegar al final del párrafo. [...]"


Este fragmento pertenece al discurso pronunciado por Doris Lessing en la ceremonia de entrega del Premio Nobel de Literatura, el 7 de diciembre de 2007. En él habla en extenso de las diferencias abismales entre los países ricos, que poseen libros y los desdeñan, y los países pobres, en los que poseer un libro es una quimera para la inmensa mayoría de sus ciudadanos. Su testimonio es desolador. La abundancia y el derroche de nuestro mundo resultan profundamente inmorales frente a la carestía y el deseo insatisfecho de millones de personas. También en lo que se refiere a libros y educación. Merece la pena leer el texto completo del discurso. Si quieren pueden leerlo aquí en la lengua original. Pero si lo prefieren, pueden leerlo en castellano en la limpia traducción de Juan Gabriel López Guix para la editorial Alpha Decay, que, con el título genérico de Discursos, ha publicado hace unos meses una pequeña joya con los discursos de William Faulkner, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, John Coetzee y Doris Lessing en la recepción de sus respectivos Premios Nobel.

El de Doris Lessing finaliza así:

"Creo que son esa muchacha y esas mujeres que hablaban de libros y de una educación cuando llevaban tres días sin comer quienes pueden representarnos todavía."

21 de enero de 2009

Preguntas

En el transcurso de un debate en torno a un texto de Martha Nussbaum sobre el valor social de la literatura, una alumna hizo una pregunta que me dejó pensativo. Era una de esas preguntas que condensan repentinamente el sentido de una explicación, incluso de un curso académico, pero cuya transparencia impide, paradójicamente, una respuesta elemental o definitiva. En realidad, su pregunta debía haberse producido al comienzo y no al término del curso académico, como ocurría en esta ocasión, pero en ese caso no habría podido formularla ella, sino yo, pues justamente a intentar responderla han estado dedicadas las clases y las discusiones. El hecho de que la pregunta la expusiera una alumna al final del proceso es para mí muy satisfactorio, pues indica que he logrado transmitir algunas de mis inquietudes. La pregunta, en fin, no manifestaba una duda, como podría parecer, sino una perplejidad. Mi perplejidad.

A propósito de la defensa que estábamos haciendo de la función pública de la literatura y de la mejor disposición de los textos narrativos o poéticos para comunicar 'verdades' éticas sobre los seres humanos, la alumna preguntó lo siguiente: "Y si esto es así, ¿por qué entonces la mayoría de la gente no ve clara la importancia de la lectura para sus vidas y para conocer el mundo?". Y declaró sentirse asombrada por el hecho de que algo tan evidente y relevante, tal como ella había descubierto, no fuera de dominio común.

Como comprenderán, la pregunta indica que esa alumna había comprendido y asumido en parte el valor de la literatura, lo que irremediablemente lleva aparejada una cierta frustración. Porque, como dije antes, su perplejidad es asimismo la mía. Por eso me resultó tan difícil responderle. ¿Qué se dice en esos casos? Lo más honesto es decir la verdad: "No lo sé. Y no dejo de preguntármelo. Y por eso, en parte, soy profesor, para tratar de dar una explicación más o menos coherente". Pero ese tipo de respuestas quedan bien en un texto escrito, pero resultan muy cortantes dichas ante un grupo de alumnos. Así es que respondí con un poco más de retórica y al final me encogí de hombros en señal de impotencia.

En efecto, esas preguntas me agobian y a la vez me estimulan a reflexionar: ¿Por qué lo que para unos es fuente de gozo y conocimiento resulta para otros indiferente y hasta aborrecible? ¿Qué responsabilidad corresponde a los profesores en esa dualidad sentimental? ¿Por qué incomoda reconocer el valor ético de los textos literarios? ¿Cómo salvaguardar a la lectura de los escolasticismos, las futilidades, las grandilocuencias o las defensas burocráticas que la desvirtúan?

Vamos a seguir pensando.

18 de enero de 2009

La lectura en España. Informe 2008

Hoy me gustaría darles noticia de la aparición del libro La lectura en España. Informe 2008: Leer para aprender. Ha sido editado por la Federación de Gremios de Editores de España y la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, y como el anterior informe, publicado en 2002, ha sido coordinado por José Antonio Millán, a cuya generosidad debo mi colaboración sobre la formación de los profesionales de la lectura (léase maestros y profesores). El libro puede ser leído en papel o en la web, http://www.lalectura.es/2008.

En esta ocasión, el informe ha puesto el énfasis en una cuestión que, aunque antigua, no deja de ser apremiante: la lectura y el aprendizaje. Hace algunas décadas sufrimos un alud de noticias, informes y predicciones, cuyo eco no ha desaparecido del todo, acerca del poder imbatible de la imagen y la poco menos que irremediable postergación de la lectura como medio de conocimiento. Como ocurre siempre que aparecen nuevas tecnologías de comunicación (la escritura, por cierto, es una de las más remotas y eficientes), los anuncios apocalípticos sobre la degradación o casi desaparición de la cultura letrada ensombrecieron los razonamientos sensatos e integradores (ahora estamos en la fase aguda de otra de esas discusiones a propósito de Internet o los videojuegos), pero los ciudadanos demostraron luego ser más inteligentes y pragmáticos e incorporaron sin tensión las tecnologías de la imagen a sus modos de vida y a sus prácticas culturales sin dejar por ello de leer y escribir. Lo cierto es que, a pesar de los cíclicos y tremendistas pronósticos, la lectura y la escritura siguen siendo determinantes para el aprendizaje personal y colectivo. Entre otras razones porque el conocimiento que del mundo ha ido elaborando la humanidad está cifrado en textos, de modo que si se quiere acceder a ese inmenso caudal de saberes es imprescindible aprender a leer y a escribir de manera diversa y comprensiva.

Uno de los desafíos pedagógicos más perentorios del siglo XXI es, pues, la eficiente instrucción de los ciudadanos en el uso y entendimiento de las complejas tipologías de textos de nuestro tiempo, para lo cual se requieren nuevos modos de enseñar y aprender a leer y escribir. Sobre algunas de esas cuestiones se reflexiona en el libro.

15 de enero de 2009

Descubrimientos

Una de las mayores satisfacciones de la enseñanza es el conocimiento que otorga el contacto con lectores y no lectores, con sus historias y sus trayectorias vitales. Uno tiene la oportunidad de conocer de primera mano lo que estimula o desanima, lo que enciende o apaga una pasión, lo que deja una huella duradera o desaparece sin dejar rastro. Escuchándolos, trato de comprender qué libros, qué prácticas pedagógicas, qué circunstancias familiares, qué palabras... incitan o desalientan la lectura. Las historias lectoras de los jóvenes me alertan constamente contra las rutinas o los tópicos y conforman suavemente mi modo de pensar y actuar.

He aquí una de esas historias.



La joven de la fotografía se llama Jennifer Aguilar Palma y es estadounidense. Es alumna mía. La historia que un día contó públicamente me conmovió. Lo hizo a raíz de mi presentación en clase del libro que sostiene en las manos, Donde viven los monstruos, de Maurice Sendak. Al término de mi intervención, levantó la mano y comentó que era uno de los álbumes que con más emoción recordaba de su infancia. Un sentimiento, por lo demás, muy común, pues es, ciertamente, uno de los libros más hermosos del siglo XX. Sin embargo, lo que agregaba a la historia un rasgo de excepción era el modo en que lo había conocido.

Jennifer es de origen salvadoreño. Sus padres emigraron a California a causa de la guerra civil y ella nació allí. Al poco de llegar, su madre se empleó como asistenta en el hogar de una familia. Algunos días, durante las vacaciones, Jennifer acompañaba a su madre al trabajo. En una de esas ocasiones descubrió en la habitación de los niños de la casa ese álbum. Y le fascinó. Pueden imaginar fácilmente la situación. Una niña explorando con los ojos inmesamente abiertos cada rincón del hogar donde trabaja su madre, entrando en el dormitorio de los chicos y descubriendo, entre otros tesoros, los libros infantiles dispuestos en las estanterías. Y he aquí que uno de los que toma en sus manos y lo abre y lo lee con absoluta fascinación es Where The Wild Things Are, que es el título original del álbum de Sendak.

Es fácil suponer lo que, en esa circuntancia casi clandestina, puede significar leer o simplemente mirar las imágenes de un libro. La mezcla de excitación y promesa puede resultar un acto inolvidable. Tantos años después, Jennifer aún recuerda vivamente aquellos momentos inaugurales, la entrada que hacía sin señales ni lazarillo no sólo en una geografía nueva, sino en una lengua nueva y en una nueva dimensión de la existencia.

De esas historias me nutro como profesor y con ellas afirmo mi convencimiento de que, en lo referente a la relación con los libros, el azar juega un papel determinante, irrenunciable, en la biografía personal. Ya sé que resultaría estéril y deshonesto esperar a que esos encuentros fundacionales se produzcan, sin hacer nada mientras tanto. Por eso sé que es necesario programar o facilitar las tempranas relaciones con los libros. Pero asimismo sé que la reglamentación, la obsesión por la eficiencia o las evaluaciones continuas no siempre garantizan el amor por los libros y pueden, en cambio, asfixiar lo que de azar o gratuidad debe tener necesariamente la lectura.

12 de enero de 2009

Leer, luchar

Lo que me interesa de esa pintada inscrita en un muro de Granada es, de nuevo, la confianza en la lectura como un instrumento de toma de conciencia y compromiso cívico. Porque esa "lucha" a la que incitan sus autores está referida a la rebelión política, es decir, a la manifestación de disconformidad con el injusto estado del mundo y a la voluntad de transformarlo. Y para ello es preciso leer. La lectura otorga conocimiento ("abre los ojos", como solemos decir metafóricamente), y ese conocimiento crea tal estado de lucidez y descontento que impulsa sin remedio a la acción. No te conformes, no creas ciegamente lo que se dice, piensa por ti mismo... parece advertirnos la pintada. La lectura, por el contrario, es un acto de meditación personal, de libre pensamiento, de modo que hay que leer y hacer lo que se pueda para cambiar los desafueros que a diario se cometen. El voto, dan a entender los autores, delega en otros los deberes que corresponden a uno mismo.

Es esa certidumbre en la potestad reveladora de la lectura, que perpetúa una clarividente tradición anarquista, lo que, pese a la simplicidad del mensaje, me alegra. Tiene sentido en un tiempo en que los relatos políticos de los últimos años hicieron creer que nada había que temer, que vivíamos en el más maravilloso de los mundos posibles. Sin embargo, cuando el tinglado de la farsa se ha venido abajo de repente, cuando la crisis económica ha dejado al descubierto las miserias, los abusos y las estafas, se descubre que las historias que los corifeos del poder contaban desde las más diversas tribunas eran una gran mentira. En algunos libros, no obstante, estaba anunciado el desastre. ¿Su lectura hubiera propiciado la resistencia civil? No lo creo. Para que ello ocurra es necesario algo más que ideas o sentimientos. No obstante, sigue siendo irrenunciable avisar contra la ignorancia, el silencio o la resignación. Se puede votar o no, se puede luchar abiertamente o no, pero en cualquier caso es fundamental leer, al menos para saber qué está en juego, de qué va la partida.

9 de enero de 2009

Cadáveres

Hace unos meses leí la novela Una mujer en Jerusalén de Abraham B. Yehoshúa, un excelente escritor israelí además de un ensayista muy agudo (he leído con muchísimo interés sus ensayos sobre ética y literatura) y un ciudadano comprometido con la paz y la convivencia entre israelíes y palestinos.

La trama de la novela se teje en torno al cadáver de una inmigrante centroeuropea que muere en un atentado suicida perpetrado en un mercado de Jerusalén y cuyo cuerpo permanece en el depósito de cadáveres de un hospital sin que nadie lo identifique y lo reclame. El dueño de la empresa panificadora donde la protagonista trabajaba como limpiadora se hace personalmente cargo de la repatriación del cadáver para expiar la vergüenza de ser acusado de "falta de humanidad" por un periodista que descubre la identidad de Julia Ragayev. Con el fin de mantener la reputación personal y empresarial, el dueño de la empresa encarga al director de recursos humanos las gestiones para que el cuerpo de su empleada sea enviado a su país en las más dignas condiciones, lo que incluye que él mismo viaje con el féretro hasta la aldea de la que Julia es oriunda. La historia, humorística a ratos, da cuenta del proceso de transformación sentimental del director de recursos humanos, que de la indiferencia inicial va deslizándose hacia la comprensión, el afecto y la fraternidad. Como han reconocido los críticos literarios, Yehoshúa hace de Jerusalén una ciudad donde tiene cabida la compasión, la humanidad, el bien. Me pareció que el autor, consecuente con sus postulados éticos, pretendía mostrar que, en paralelo a la conciencia del director de recursos humanos de la empresa, esa ciudad podía erigirse en símbolo terrenal de la comprensión, el afecto y la fraternidad.

Me he acordado de ese sentido de la novela al ver estos días las imágenes de los cadáveres palestinos en Gaza, sobre todo las de los niños. Me parecía que la piedad que sobrevuela la novela era un sentimiento que debía ser aplicado también en esta ocasión.


Por ello, me quedé sumamente perplejo, incrédulo, decepcionado, cuando leí hace unos días la
entrevista que el diario EL PAÍS hizo a Abraham B. Yehoshúa. De sus afirmaciones, la más chocante, la más turbadora, era la que sostenía que dado que "la capacidad de sufrimiento de los palestinos es mucho mayor", lo cual "les hace mucho más fuertes", la respuesta del ejército israelí "tenía que ser mucho mayor", pues una "respuesta moderada no les impresionaría". No fui capaz de entender el sentido de esa grosería y no dejo de hacerme preguntas desde entonces: ¿Estaba justificando las matanzas perpetradas por los suyos? ¿Significaban sus palabras que el cadáver de un niño o un anciano palestino no merece la misma consideración que el de una inmigrante europea muerta en Jerusalén en un atentado palestino? ¿El dolor humano admite acaso jerarquías o magnitudes? ¿Pudo interpretar mal las palabras del escritor la periodista que lo entrevistó? ¿Es la literatura más benevolente que la realidad?

Ante las desgarradoras imágenes de la masacre del ejército israelí en Gaza quiero dejarme guiar por la ficción. Prefiero ignorar las declaraciones políticas del ciudadano Yehoshúa y prestar atención a la compasiva imaginación del novelista Yehoshúa, a la narración que me confirmaba que la 'humanidad', es decir, la conmiseración, es un sentimiento
que distingue a los virtuosos de los bárbaros, a los juiciosos de los fanáticos.

7 de enero de 2009

Efemérides 2009. Última Parte (por ahora)

La tercera efeméride a la que quiero referirme, una vez celebrada la mirada astronómica de Galileo Galilei y la mirada naturalista de Charles Darwin, es el bicentenario del nacimiento de un escritor que, desde la perspectiva española, representó como pocos la actitud mordaz, inconformista y, a veces, desesperanzada ante las corrupciones, las arbitrariedades y las brutales tradiciones de nuestro país, algunas de las cuales, dos centurias más tarde, se mantienen incólumes, casi fosilizadas. Me refiero a Mariano José de Larra, un periodista que observó la sociedad española con una mirada ácida y sin contemplaciones, pero con el convencimiento de que la crítica es la mejor expresión de afecto que alguien puede manifestar hacia su país. Larra, jovencísimo escritor cuando comenzó a escribir en revistas y periódicos, representa como pocos la actitud del intelectual ilustrado, insatisfecho y denunciador.

Del artículo Conclusión, redactado en marzo de 1833 como despedida de la revista satírica El pobrecito hablador, fundada un año antes y clausurada prematuramente a causa de las dificultades políticas que ocasionaba su publicación, extraigo estas reflexiones que, aun tantos años después, bien pudieran pasar por contemporáneas.

"Habrán creído muchos tal vez que un orgullo mal entendido, o una pasión inoportuna y dislocada de extranjerismo, ha hecho nacer en nosotros una propensión a maldecir de nuestras cosas. Lejos de nosotros intención tan poco patriótica; esta duda sólo puede tener cabida en aquellos paisanos nuestros que, haciéndose peligrosa ilusión, tratan de persuadirse a sí mismos que marchamos al frente o al nivel, a lo menos, de la civilización del mundo; para los que tal crean no escribimos, porque tanto valiera hablar a sordos: para los españoles, empero, juiciosos, para quienes hemos escrito mal o bien nuestras páginas; para aquellos que, como nosotros, creen que los españoles son capaces de hacer lo que hacen los demás hombres; para los que piensan que el hombre es sólo lo que hacen de él la educación y el gobierno; para los que pueden probarse a sí mismos esta eterna verdad con sólo considerar que las naciones que antiguamente eran hordas de bárbaros son en el día las que capitanean los progresos del mundo; para los que no olvidan que las ciencias, las artes y hasta las virtudes han pasado del oriente al occidente, del mediodía al norte, en una continua alternativa, lo cual prueba que el cielo no ha monopolizado en favor de ningún pueblo la pretendida felicidad y preponderancia tras que todos corremos; para éstos, pues, que están seguros de que nuestro bienestar y nuestra representación política no ha de depender de ningún talismán celeste, sino que ha de nacer, si nace algún día, de tejas abajo, y de nosotros mismos; para éstos haremos una reflexión que nos justificará plenamente a sus ojos de nuestras continuas detracciones, reflexión que podrá ser la clave de nuestras habladurías y la verdadera profesión de fe de nuestro bien entendido patriotismo. Los aduladores de los pueblos han sido siempre, como los aduladores de los grandes, sus más perjudiciales enemigos; ellos les han puesto una espesa venda en los ojos, y para usufructuar su flaqueza les han dicho: Lo sois todo. De esta torpe adulación ha nacido el loco orgullo que a muchos de nuestros compatriotas hace creer que nada tenemos que adelantar, ningún esfuerzo que emplear, ninguna envidia que tener. Ahora preguntamos al que de buena fe nos quiera responder: ¿Quién es mejor español? ¿El hipócrita que grita: 'Todo lo sois; no deis un paso para ganar el premio de la carrera, porque vais delante'; o el que sinceramente dice a sus compatriotas: 'Aún os queda que andar; la meta está lejos; caminad más aprisa, si queréis ser los primeros'? Aquél les impide marchar hacia el bien, persuadiéndoles de que le tienen; el segundo mueve el único resorte capaz de hacerlos llegar a él tarde o temprano. ¿Quién, pues, de entrambos desea más su felicidad? El último es el verdadero español, el último el único que camina en el sentido de nuestro buen gobierno."

Rotundas palabras de un escritor lúcido y discrepante.

[Sé que debería hablar también, y lo haré con toda probabilidad, de Edgar Allan Poe, nacido asimismo en 1809, y de L. L. Zamenhof, el inventor del esperanto, cuyo sesquicentenario se cumple este año, o de José Antonio Muñoz Rojas, el poeta español que en los próximos meses cumplirá 100 años y aún sigue escribiendo. Pero, por ahora, me limitaré a dar cuenta de las tres efemérides anunciadas: homenaje a quien nos hizo ver el universo de otro modo, a quien nos hizo entender al hombre de una manera más terrenal, y a quien todavía leemos con la sensación de que algunas de sus invectivas tienen plena vigencia]

4 de enero de 2009

Efemérides 2009. Segunda Parte

Comenzamos las efemérides de 2009 mirando al Universo con el telescopio de Galileo Galilei; continuamos ahora mirando a los seres vivos de nuestro planeta con los ojos de un naturalista. La segunda conmemoración que quiero destacar es el bicentenario del nacimiento de Charles Darwin y los 150 años de la publicación de su obra capital, El origen de las especies.

Pienso que en algún momento de la adolescencia o la juventud, bien en las aulas o fuera de ellas, toda persona razonable debería, antes de que cualquier clase de fanatismo arrase su pensamiento, leer algún fragmento de ese libro
. Y debería hacerlo no como una tarea académica o un mandato cívico, sino como un modo de acceder a uno de los textos fundacionales de nuestro tiempo y de nuestro mundo. Sería una forma de acercarse con suma facilidad al meollo de una de las cuestiones científicas que más profundamente ha determinado el pensamiento contemporáneo: qué es el ser humano, de dónde procede, cuál es su destino. Sin necesidad de recurrir a las empecinadas y grotescas afirmaciones del 'creacionismo' moderno, aún es posible encontrar en libros, revistas, páginas web o programas de radio y televisión alusiones irónicas y cautelosas a las ideas de Darwin sobre la selección natural y la evolución, confirmando con ello cuán difícil resulta desprenderse de supersticiones y tabúes y aceptar sin temor la pequeñez y la soledad de nuestra especie, tan sublime y capaz al mismo tiempo.


Querría realizar un particular homenaje a ese texto y a su autor reproduciendo un breve fragmento de
El origen de las especies. Es un testimonio de Darwin de confianza en la ciencia y de esperanza en la fortuna de su teoría. Aunque no sin dificultad, sus deseos van cumpliéndose.

"Pero la causa principal de nuestra repugnancia natural a admitir que una especie ha dado nacimiento a otra distinta es que siempre somos tardos en admitir grandes cambios cuyos grados no vemos. La dificultad es la misma que la que experimentaron tantos geólogos cuando Lyell sostuvo por primera vez que los agentes que vemos todavía en actividad han formado las largas líneas de acantilados del interior y han excavado los grandes valles. La mente no puede abarcar toda la significación ni siquiera de la expresión un millón de años; no puede sumar y percibir todo el resultado de muchas pequeñas variaciones acumuladas durante un número casi infinito de generaciones.

Aun cuando estoy completamente convencido de la verdad de las opiniones dadas en este libro bajo la forma de un extracto, no espero en modo alguno convencer a experimentados naturalistas cuya mente está llena de una multitud de hechos vistos todos, durante un largo transcurso de años, desde un punto de vista diametralmente opuesto al mío. Es comodísimo ocultar nuestra ignorancia bajo expresiones tales como el plan de creación, unidad de tipo, etc., y creer que damos una explicación cuando tan sólo repetimos la afirmación de un hecho. Aquellos cuya disposición natural les lleve a dar más importancia a dificultades inexplicadas que a la explicación de un cierto número de hechos, rechazarán seguramente la teoría. Algunos naturalistas dotados de mucha flexibilidad mental, y que han empezado ya a dudar de la inmutabilidad de las especies, pueden ser influidos por este libro, pero miro con confianza hacia el porvenir, hacia los naturalistas jóvenes, que serán capaces de ver los dos lados del problema con imparcialidad. Quienquiera que sea llevado a creer que las especies son mudables prestará un buen servicio expresando honradamente su convicción, pues sólo así puede quitarse la carga de prejuicios que pesan sobre esta cuestión."

[Traducción de Antonio de Zulueta. Editorial Espasa Calpe, Colección Austral]

1 de enero de 2009

Efemérides 2009. Primera Parte

De las numerosas efemérides de este año recién comenzado quiero hacerme eco de tres de ellas en sucesivas entradas.

La primera quiero dedicarla al Año Internacional de la Astronomía. Como saben, a petición de Italia, que a su vez había recibido la propuesta de la International Astronomical Union, la UNESCO decidió hace poco más de tres años declarar 2009 como Año Internacional de la Astronomía. La razón de tan loable iniciativa era bien sencilla. En 1609, cuando los recién inventados catalejos comienzan a difundirse desde Holanda por toda Europa, Galileo Galilei se afana en construir sus primeros telescopios, que irá perfeccionando en los siguientes años y con los cuales realizó las primeras observaciones astronómicas.


Telescopios construidos por Galileo Galilei, conservados en el Instituto y Museo de Historia de la Ciencia de Florencia


Con ellos comenzó a examinar la superficie rugosa de la Luna, se atrevió a medir la altitud de las montañas lunares, constató la naturaleza de la vía Láctea, descubrió los anillos de Saturno... Inició, en fin, el conocimiento cientifico del espacio exterior, tan divinizado e inaccesible hasta entonces. Las repercusiones de aquellos descubrimientos, que, como es sabido, tantos sinsabores y acusaciones le ocasionaron, fueron inconmensurables. No es exagerado decir que somos hijos de aquellas primeras y fascinadas miradas al cielo nocturno a través de aquellos pioneros y aún imperfectos instrumentos ópticos de observación.

En homenaje a Galileo Galilei, y también a los científicos que nos han enseñado a mirar el Universo y a entender mejor a los seres humanos, quiero reproducir aquí un fragmento de su libro
Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, en el que tres personajes, Salviati, Sagredo y Simplicio, que bien pueden representar, respectivamente, al propio Galileo, a cualquier persona sin prejuicios y deseosa de saber, y a quienes, como los académicos aristotélicos y las autoridades eclesiásticas católicas, se negaban a aceptar la teoría heliocéntrica, conversan acerca de las dos concepciones del universo enfrentadas en la época, la de Copérnico y la de Aristóteles y Ptolomeo. He escogido el parlamento de Sagredo con el que se cierra la primera jornada. Me parece un hermoso texto de celebración de los descubrimientos humanos, de modestia ante lo poco que en el fondo sabemos, de entusiasmo por el conocimiento.

"SAGREDO.- Yo he pensado lo mismo muchas veces, a propósito de esto que decís de cuán grande es la agudeza del ingenio humano; y mientras discurro sobre tantas y tan maravillosas invenciones encontradas por los hombres, así en las artes como en las letras, y luego reflexiono sobre el saber mío, tan lejano de poderse prometer no sólo encontrar algo nuevo, sino aun de aprender las cosas ya encontradas, y confuso de estupor y afligido por la desesperación me juzgo poco menos que infeliz. Si yo miro alguna estatua de las excelentes, me digo a mí mismo: '¿Cuándo sabrás desbastar un pedazo de mármol y descubrir la bella figura que estaba escondida en él? ¿Cuándo mezclar y extender sobre una tela o pared colores diversos, y con ellos representar todos los objetos visibles, como un Miguel Ángel, un Rafael o un Tiziano?' Si miro lo que han encontrado los hombres, a repartir los intervalos musicales, a establecer preceptos y reglas para poder manejar con deleite admirable el oído, ¿cuándo podré terminar de asombrarme? ¿Qué diré de tantos y tan diversos instrumentos? ¡La lectura de los poetas excelentes de qué maravillas llena a quien atentamente considera la invención de conceptos y la explicación de ellos! ¿Qué diremos de la arquitectura? ¿Qué del arte de navegar? Pero, sobre todas las invenciones estupendas, ¿qué mente elevada fue la del que encontró el modo de comunicar sus más recónditos pensamientos a cualquier otra persona, aunque esté distante grandísimo espacio de lugar y tiempo? Hablar con los que están en las Indias, hablar a los que aún no han nacido ni nacerán de aquí a diez mil años... ¡Y con qué facilidad! Con varias reuniones de veinte caracteres sobre un papel. Sea éste el sello de todas las admirables invenciones humanas, y el broche de nuestro razonamiento por este día."